Con la locura que es que nos hayamos conocido
Debemos estar atentos a dónde colocamos los despojos
Que han quedado ahí, tirados,
después de mucho pensar
Si los guardábamos en un cajón
O volvía a comerte entera.
Y tú a vomitarme
Nunca supimos si era real
El timbre de la puerta que solo escuchábamos nosotros
Cuando estábamos juntos en el jardín de casa
Mirando, a través de las rendijas de la valla de madera
Cómo, con cuánto amor del bueno,
Los vecinos se decían que ya no se querían.
Los cristales del coche estaban empañados
Cuando llegamos por la tarde del mercado.
Y allí estaba él, el amor que de tanto usarlo se acaba
Encerrado en el cenicero del acompañante del conductor
Desde hacía más de cuatro horas,
Cuando no quiso escuchar que ya,
No servía para nada.
Y sin embargo, cuando abrimos la puerta de la terraza
Respiramos, como quien lo hace por última vez,
Sabiendo que tu aire era el mío, porque antes había sido de otro
Sabiendo, que antes de que dijeras que esta boca es mía,
Te habría comido y vomitado y vuelto a comer, para después
Tener que volver a vomitarte.