viernes, 26 de febrero de 2010

Preciosamente triste, tristemente preciosa

El hombre de la camiseta azul, con un eslogan de propaganda, me mira fijamente. Está sentado justo enfrente de mí, y por un segundo logra intimidarme.

Mientras, una chica que sé que es italiana porque la oigo hablar por el móvil me pregunta dónde está el baño y se va hacia el lado contrario.

Dos chicos y una chica se sientan en la mesa de al lado con tres enormes jarras de cerveza, para poder dormir en el viaje que se espera largo y tormentoso, eso dice ella…

Dos señores subidos en un andamio atornillan una estructura de madera al techo para la nueva sala de fumadores del restaurante de la esquina.

Un plato combinado vuela por lo aires y un viajero de la vida, sin rumbo, recoge dos salchichas del suelo, las sopla y se las lleva a la boca. Es lo único que comerá hoy en todo el día y él lo sabe y lo lleva con dignidad.

La que a mi me falta

Una bolsa de Burberry queda olvidada en la única silla de metal que hay libre en todo el comedor, y una chica grita me han robado y corre hacia el guardia de seguridad, antes de que la bolsa la recuerde, desde la silla, que no todos somos ladrones, todos no.

La máquina expendedora de billetesde autobus se traga uno de cincuenta euros y recibe una patada, después, un responsable de la empresa le abre las tripas y se lo quita, aún no es su hora de comer.

La francesa con acento andaluz pide un bocadillo de pollo sin tomate y recibe un sándwich de pavo con cebolla confitada, pero se lo come igual, porque hace tiempo que casi todo nos da igual.




Dos aros de plata enormes llevan a una niña hasta la cola del autobús, y una lágrima se le cae por la mejilla izquierda.
A mi se me caen todas las lágrimas por la derecha, pero eso no te lo voy a contar, de momento.
El ruido ensordecedor de la radial me recuerda que yo también estoy partida en dos mitades, pero son más frágiles, mucho más, que las que está a punto de tener el chico negro sin papeles pero con trabajo entre sus manos.
Rebeca Cepeda recoge las bandejas usadas de las mesas y limpia con un trapo rojo los restos de comida y corazones que quedan esparcidos.
Dos madres y un niño sueltan sus mochilas justo donde Tania Hurtado ha dejado un carro con la fregona con la que acaba de terminar su turno hasta mañana a las ocho, porque mañana, a pesar de todo, es viernes, y los viernes le toca abrir la tienda de bocadillos y refrescos a las 7.30. Así cobra 15 euros más al mes con los que recarga el móvil de una nueva compañía de telefoníal. El sueldo no le llega para pagar el alquiler de un piso de protección oficial en el Ensanche de Vallecas, la letra del coche y un contrato de teléfono.
Han subido la guardería de su hija 20 euros y ya no llega a nada.

Quizá mañana sea tarde y me cambien la vida en media hora, con la misma rapidez con la que ha desaparecido de mi vieja cartera con olor a abuela un billete de 20 euros al pagar una coca cola y un periódico.

El triangulo que me indica una red wifi activa cerca de mi me informa que la que estaba pirateando hasta hace dos minutos ha sido cerrada y que solo se abre de piernas si pagas, como todas…

El mensaje de texto que he enviado hace efecto y me devuelve otro que me llama preciosa y me dice que me llamará más tarde, si puede, que ahora está comiendo con su ex, que resulta que es el amor de su vida aunque se empeñe en negarlo.

Y recuerdo los pendientes empeñados que vi ayer en un escaparate de la Gran vía, y me imagino la sonrisa de la novia cuando su chico se los regaló hace más de cincuenta años, cuando a esa calle aún le faltaban más de cincuenta años también, para cumplir los cien y transformarse en la calle de los sueños y los fracasos.

Un bigote muy poblado se ha llenado de la nata de la leche que le han echado en el café que se ha quedado frío y que ya no se va a tomar.

El ticket de pago informa que un sándwich de queso con nuez cuesta 1 euro con veinte, nada que ver con la primera vez que pague uno, hace doce años, a 100 pesetas.

¿Cuánto tiempo llevará dentro del frasco de Granini el zumo de naranja de la chica que lee la revista Glamour como si fuera una declaración de amor?

En media hora sale el autobús que me llevará a un nuevo cambio de rumbo en mi vida y el cielo de Madrid ayer se volvió más gris aún y aún no ha dejado de llorar amargamente, como hice yo ayer al salir del restaurante moruno donde no cene.

Sigo buscando una razón por la que el chico de la camiseta azul me mira fijamente, y resulta, que la novia que desde ayer ya no lo es se parece a mí, y el dice que es preciosamente triste...

Le ayudo con las maleta, porque yo no llevo ningún peso encima y el los lleva todos por mí.



Estación Sur de Autobuses.

Madrid, 25 de Febrero de 2010.