domingo, 22 de febrero de 2015

Notas sobre "Sinless", acto performativo de Abel Azcona

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“La libertad se afirma en contra de la sujeción. Primero reconocer el mundo, lo utilitario, la previsión del futuro: las prohibiciones morales, luego, transgredirlas”.
                                                                            “ Diarios”, Alejandra Pizarnik.


La pureza de sangre es lo mismo que la limpieza del alma. Hay que pagar un precio alto por mantenerlas. En esta vida todo tiene un precio, y todos pagamos.
La relación entre cuerpo y lenguaje es tan intrigante como la de la palabra y la cosa, la adhesión que crea entre la experiencia y el objeto.
El cuerpo  de Abel Azcona es el nexo entre su lenguaje y el nuestro, la mimesis en la que nos veremos envueltos en esta performance, me lleva a recordar las palabras de Walter Benjamin, “en todas las lenguas y en sus formas, además de lo transmisible, queda algo imposible de transmitir, algo que, según el contexto en que se encuentra, es simbolizante o simbolizado… no es sino el devenir del lenguaje propio”, pues bien, en esta inmaculada habitación en la que se encontrará usted, verá la belleza descarnada de alguien que ha ofrecido lo único que ha tenido siempre en propiedad, su cuerpo, al mejor postor, al más valiente, al más necesitado de cariño, al más morboso, al más inquieto, a cada uno de nosotros que al mirarnos en el espejo del baño, no veremos a Abel Azcona, sino a nosotros mismos, nuestro pecado original repetido una y otra vez hasta la saciedad, porque somos humanos y tropezamos siempre con la misma piedra.
La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos, en restregarse con estropajo  hasta herirse para limpiar los restos de la noche libidinosa anterior, en purificarse con el agua, que da igual en qué religión, siempre ha gozado del prestigio de limpieza, de iniciación a una nueva vida, de ser el medio por el cuál podemos gozar del instante privilegiado de una “nueva oportunidad”.
El verbo se hace carne y la mancha con la que nació Abel Azcona es una señal indeleble en su alma, y él ha hecho que cada una de sus heridas vitales también estén representadas en su cuerpo.
La noche siempre ha sido pasto de fantasmas, con ellos convive y de ellos se alimenta, y será de ellos, de quien  por la mañana se libere en un ritual, tras retozar entre los restos de los deseos no consumados de los participantes de  “Emphaty and Prostitution”.
¿Qué nos hace desear un cuerpo ajeno al nuestro?¿ Cuál es el momento en el que tendemos la mano al pasajero oscuro que coexiste en nosotros con la moral, la ética y la personalidad? Es más que probable, que lo que nos lleve hasta esta habitación de hotel no sea el nombre de Abel Azcona, ni el morbo de su cuerpo bajo una ducha helada. Afirmo que será la necesidad que todos tenemos de sentirnos limpios de aquello que nos atormenta, de aquello que nos hace sentirnos vulnerables.
La restitución del pecado cometido, la aceptación de un lenguaje propio del más común de los mortales hace que esta performance, “Sinless”, nos reconcilie con nosotros mismos, nos aporte claridad a la hora de comprender que no es malo querer mirar la “suciedad” de frente, lo banal del cuerpo y del deseo físico y emocional del otro, la búsqueda de la pérdida del control. Porque todos buscamos existir libremente aunque sea por un segundo. Y bajo el agua, Abel Azcona queda inmaculado y libre por fin de todo el peso nocturno de la transacción económica del día anterior.
Al fin y al cabo, todo gira en torno al deseo, el origen del trabajo performativo de este artista está en la consumación de un deseo carnal cuyos agentes fueron un desconocido y su madre biológica, por lo que, con la ejecución del deseo, nosotros y él no estamos sino siendo solidarios con la idea de sujeto humano agente de las acciones de las que se responsabiliza.
Cada “mancha” en nuestro corazón  hace mella en un tejido vivo, el cuerpo de Abel Azcona es el mayor ejemplo, de hecho, la mancha de un acto prostitutivo ha dejado una vida que no es sino de supervivencia ante el error social y personal ajeno a él.
Cada una de las acciones  son una llaga, un trauma, una cuchillada, un corte, una desolladura, un arañazo, una mutilación, la escisión o el corte entre lo que somos y lo que aparentamos.
Lo que consigue Abel Azcona bajo el agua es salir de sí mismo, desubicarse, disparar y proyectar-se excesivamente hacia nosotros, nos empuja al desorden y al capricho, cuestiona la máxima expresión de la libertad, reflejada en la consumación la noche anterior de un deseo ajeno, llevada al paroxismo, y a la vez reivindica el placer y la vida, el derecho a decidir “ser”, con todas las consecuencias o directamente  “no estar”.
Saldremos de esa habitación más maduros, viendo mucho más claramente que, el cuerpo, es el medio de obtención de vida y de muerte, que nuestras emociones a flor de piel al cruzar el umbral de la puerta de ese hotel no serán sino la muestra de que estar vivo tiene un precio y de que Abel Azcona lo está pagando con creces.
Sean bienvenidos, y disfruten de la estancia.