lunes, 1 de noviembre de 2010

reseña de Kriptonita en el Bolso


Título: Kriptonita en el bolso

Autor: Iván Cotroneo

Traducción: Raquel Marqués

Editorial: Libros del Silencio

Págs: 216

Precio: 16 €



No puede no gustarte “Kriptonita en el bolso”.
Es genial. Ríes y lloras y vuelves a reír
y vuelves a llorar.

Es la literatura italiana que tanto echábamos de menos. Un baile de personajes fabulosos que nos contarán, simplemente, cómo son sus vidas, y eso nos bastará para pasar un rato agradable y echar de menos el libro cuando lo hayamos acabado.

Notaremos algo de nostalgia por los tiempos pasados y satisfacción por aquellos que “olemos”, por aquellos que sabemos que están a punto de llegar.

Sobre todo, mientras estás leyendo la novela le pones la cara al protagonista, el niño Peppino. Yo concretamente le he visto igual que al niño de “La vida es bella”, de Roberto Benigni. Un niño, Peppino, que va descubriendo poco a poco que la vida va en serio y que para sobrevivir hay que jugar con ella. Y juega. Juega con los bolsos de las señoras que acuden a una peluquería, en busca de esa pieza de Kriptonita que le dé la fuerza necesaria para seguir riendo.

“Kriptonita en el bolso” es una novela italiana de las de antes, donde todos, hasta el lector, son actores protagonistas, porque en Italia, todos son actores.

Está muy bien construida. Mantiene un hilo conductor algo fino, pero suficientemente consistente como para aportarnos una lectura fluida y bastante amena.

Esta novela se ve con las manos y se toca con los ojos, porque la sientes. Y al ser tan visual te regocijas pensando en la posibilidad de verla, algún día, en pantalla grande como ocurrió con “La elegancia del erizo”.

Como nos ocurre con tantos “Libros del silencio”, que nos dejan sin voz pero nos llenan de emociones.

Esta novela es preciosa como diría el poeta, es fresca, y permite una lectura sin tiempos porque no se olvida la cara de Peppino. Y además, la puedes llevar en el bolso para leerla mientras vas en el autobús. Pero ten cuidado, se te escaparán algunas risas, seguro, y le alegrarás el viaje a alguien que, a tu lado en el asiento del autobús, irá mirando por la ventana porque no habrá descubierto aún el placer de la lectura en Silencio.


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