jueves, 4 de noviembre de 2010

Reseña de "Libropesía y otras adicciones".


VV.AA.
Libropesía y otras adicciones
Prólogo de Alberto Manguel
Colección Singular
Idioma original: Castellano
Publicación: Noviembre 2009
Rústica 21 x 14 cm
ISBN: 978-84-937559-1-1
160 páginas
15 euros



“…bien se puede llamar libropesía/
sed insaciable de pulmón librero”.
Francisco de Quevedo.

Sufro de “Libropesía y otras adicciones”, y la culpa la tienen Libros del silencio y algunos amigos:
Luciano, Niccoló, Francisco, Gustave, Kurd, Leopoldo y Virgina.
Porque ya no son Virginia Woolf, Francisco de Quevedo ni Gustave Flaubert. Ahora son los causantes de que haya estado una noche sin dormir porque he enfermado, más todavía, de libros.
A veces tengo la sensación de que me volveré loca como El Quijote.
Un libro completo como hacía tiempo que no lo encontraba. Crítico, como echaba de menos en las publicaciones actuales, y adictivo, tanto que bien agudiza la enfermedad que sufras bien la provoca.
Te abre los ojos a la posibilidad no muy remota de que seas “Un ignorante que compra muchos libros”, que los hay. Y además presumen de lo que tienen, que por regla general es inversamente proporcional a lo que han leído. Más tienes menos lees. Más claro que el agua, más claro que el hecho de que ser librero es todo un arte.
Debería estar incluido en el canon de las Bellas Artes: la pintura, la escultura,…, el arte de ser librero.
Si no lo creen así, lean, por favor, el relato de “La fuente del Potrillo”, de Niccoló Franco, y después me cuentan. ¡Leed, leed, malditos!
La libropesía es mal antiguo, y mencionado. Recibe mención que le cataloga como enfermedad de gente de letras o enfermedad de escritor.
Como las enfermedades de los pulmones que a tantos escritores talentosos visitaron y gracias a ellas se escribieron grandes, que no siempre talentosas obras. Me quedo con “La montaña mágica” de Thomas Mann, que escribió tras su estancia en un sanatorio de Suiza. Y no digo más al respecto de lo anteriormente mencionado.
Los libros no solo te pueden volver loco o “matarte” de tanto usarlos. También te pueden inducir a matar, y eso ya es más grave. O no, depende de si lo que vas a salvar es un manuscrito del siglo XVI en el que puedes leer el secreto de la humanidad que nadie sabe que existe pero es mejor que sigan así, y por eso estás llamado a conservarlo y mantenerlo en secreto. Si la salvación del mundo depende de que tu mantengas ese documento a salvo, si hace falta matar al alguien, se hace sin rechistar. Como se lee este libro, sin apenas respirar porque no lo necesitas, porque él mismo ya te da el aire que anhelas.
Y cuando ves que te falta un poquito, te puedes acercar a la estantería y coger uno de esos libros viejos que huelen a viejos, ya me entiendes, y olerlo como si fuera el perfume del amor de tu vida….
Y tocarlo, acariciarlo, hojearlo , y tus pulsaciones se ralentizan, te tranquilizarás y te bajará la fiebre que te había subido unas décimas, al leer el relato que le inspiró a Borges para su “Biblioteca de Babel”, “La biblioteca universal”,de Kurd LaBwitz.

Al recuperar la vida, seguirás leyendo, por prescripción médica y te marcharás a una de las “Bibliotecas vivas”, que tanto abundan en la ciudad literaria en la que vives.
Sentado en un sillón rojo, frente a un espejo que está a punto de mostrarte que has vendido tu alma al diablo de los libros, Oscar Wilde, te chivará que acaban de traer un libro nuevo, que contiene un relato inédito de Virginia Woolf, que será allí donde encontrarás la libertad que estás buscando, y lo buscas… “¿Cómo hay que leer un libro?, te pregunta un niño pequeño que se ha quedado embelesado mirándote. Tu no te habrás dado cuenta, pero de un tiempo a esta parte tu rostro se asemeja a “Il Bibliotecario”,de Giuseppe Archimboldo.
Decidirás contarle tu secreto, sin revelarle la parte en la que le tienes que decir que se aprende a leer, pero no a no leer. Que es una enfermedad de antaño, que se mantiene en el tiempo porque aún no han encontrado la vacuna para acabar con ella, que es libre de enfermar ahora o pretenderlo para siempre, que bien se puede llamar “libropesía esta sed insaciable de pulmón librero”…