jueves, 3 de febrero de 2011

1. “…DE LA CIUDAD QUE EXISTE PARA QUE NADIE DUDE DE LA INFINITA BELLEZA”

La poesía de Federico García Lorca es un río Hudson, que nace después de la muerte del cisne de Rubén Darío, que desemboca en las turbulentas aguas de unos tiempo marcado por su asesinato, por la muerte de Miguel Hernández en un camastro de cárcel de espíritu más que de cuerpo.
Y cuando el tizne de estas penas levanta la voz en el “Canto General” de Pablo Neruda se construye una jaula para Enza Pound y mata de tristeza “Los Heraldos Negros” de Cesar Vallejo. Mientras, en el horno crematorio, junto a millones de muertos, se incinera la ingenuidad del hombre.

Para entender a Lorca hay que matar al duende ese que cuentan, que dicen que tiene, y una vez muerto, mirarle a los ojos fijamente y “huir, huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos”.
Uno no puede conformarse con el “Poema de Cante Jondo”, no basta con un palmeo al “Romancero Gitano”, no basta, porque “para gemir al pie de las camas, ante el insomnio de los lavabos” hay que viajar al infinito y más allá, caminar por las grandes avenidas junto a “gentes que pueden orinar alrededor de un gemido”, y durante un largo tiempo contemplar el “azul sin un gusano ni una huella dormida” disfrutando de “la noche abierta de piernas sobre las terrazas”.

Porque para comprender las huidas, marchándote aún sabiendo que “al que le duele su dolor le dolerá sin descanso”, basta con mirar en las maletas, y si, al volver, traes un libro “en la sangre que viene, que vendrá”, ya habrá merecido la pena.
Porque “las criaturas de la luna huelen y rondan las cabañas”, y nos permiten escuchar el estruendo de las máquinas que reproducen el oro y la miseria de este sitio, donde “no duerme nadie por el mundo”.
Para comprender a un poeta en Nueva York, no podemos hacer otra cosa sino estar “Alerta, alerta, alerta”…
Vomitemos las palabras para nombrar la innombrable realidad, ajena y cercana, desconocida, desconcertante, que está en cada uno de nosotros.
Hagamos este viaje con el poeta salvaje, el que no solo huía de los demás sino también de sí mismo, yendo “al sitio donde lloraban los negros”, para poder llorar con ellos.
Encontremos junto a él la percepción nueva de las cosas, veamos, “que las cosas cuando buscan su pulso encuentran su vacío”, y tomemos antibióticos para amainar la fiebre, bajar la temperatura emocional que les aseguro nos subirá a todos mientras caminamos por “allí donde sueñan los torsos bajo la gula de la hierba”.
Bienvenidos a una noche de “whisky de plata” y saxo, que no “sexo atravesado por una aguja”, aunque “los besos atan las bocas en una maraña de venas recientes”.
Bienvenidos a un mundo estético donde “no es sueño la vida”, algo ajeno a nosotros hasta el día de hoy.
Bienvenidos a un lenguaje poético ante el que “como nadie volvía la cabeza, el cielo pudo desnudarse”.
Han, hemos llegado al París de Pablo Picasso, así que tengan cuidado las personas sensibles que me consta están aquí hoy, les aviso que “toda la luz del mundo cabe dentro de un ojo”.
Os ruego que no os asustéis, también que no perdáis la capacidad de sorprenderos si os cruzáis con un “amor de siempre, amor, amor de nunca”.
Porque hay una naturaleza íntima en esta ciudad, “y una luna incomprensible que ilumina por los rincones los pedazos del limón seco bajo el negro duro de las botellas”, una naturaleza que “tropieza con mi rostro distinto cada día” y que se esconde tras el humo de las alcantarillas, tras el maquillaje de Billie Holiday, que disimula los golpes que llevaba en el alma, “tu alma tibia sin ti, que no te enciende”.

Bienvenidos al “mundo solo por el cielo solo” donde “no son los muertos los que bailan”, un mundo donde “el verdadero dolor que mantiene las cosas es una pequeña quemadura infinita en los ojos inocentes de otros sistemas”.
Aquí os dejo, en bandeja de plata y luna la soledad y la desgracia que no pueden ocultar la promesa de placer que venden los escaparates de la 5ª avenida.

Welcome a la ciudad de….. “para resistir este nombre necesito contener el dolor de mis recuerdos”, la ciudad que existe “para que nadie dude de la infinita belleza”.
Gracias, por haber venido a Nueva York.